martes, 30 de septiembre de 2008

Las norias siempre me dieron miedo.

Siempre me dieron miedo las norias. Lo reconozco, las alturas me ponen enfermo. Para lo que algunos no es más que una forma de diversión, para mí no es más que un objeto de tortura a la altura del Potro, la Garrocha y la Mancuerda.



Y utilizo estos tres simpáticos instrumentos utilizados por la Inquisición española porque he descubierto que la peor, la más vil, la más desquiciante de las norias que hay por el mundo es la noria española.



El otro día me subí a la noria por primera vez. Lo gracioso es que uno ya no tiene porque ir a las ferias para subirse a la noria. Pones la tele un sábado por la noche, te sientas en el sofá y ya está. No hace falta más. ¿El resultado de la experiencia? El que esperaba. Escalofriante. La Noria te ofrece todo tipo de emociones. Mientras subes y bajas por allí vas viendo de todo, de hecho la Noria sube tan alto que puedes ver lo "mejorcito" de nuestro país. Lo mismo ves a gente discutiendo sobre si Marichalar se mete coca y cuáles serán las repercusiones para la Casa de Borbón, que a dos pseudoactores hablando de una serie de televisión que compite con ella misma por ser más sonrojante o más vergonzante. Lo dicho, variadito el panorama.



Pero sin duda, lo que más pavor me dió de esta experiencia fue que pude ver a un ex portavoz del gobierno y un ex jefa de informativos de TVE sacándose los ojos el uno al otro. El asunto no dejaría de tener cierta gracia sino fuera porque el tema puesto sobre la mesa era ETA y sus víctimas.



"Tómate la pastilla", decía él. "Eres un cabrón", respondía ella. " Si no retiras lo que has dicho abandono el plató", contestaba él. "Eres un machista", apostillaba ella fuera de sí. "Y tú, y tú ee.. eere.. eeeress... una ¡Imbécil! sentenciaba él con su aflautada voz.



Luego ya no puede ver más. La Noria siguió girando y yo me fuí para la cama. A veces, sólo a veces, creo que en este país todo cambia para que todo siga igual. Después ya sólo pude dar vueltas y caer en un sueño intranquilo. Al día siguiente me dí cuenta de dos cosas: que no me gustan las norias y que Goya siempre tiene razón.