jueves, 9 de octubre de 2008

¡Ey señor!

Muchos son los indicios que te pueden servir para darte cuenta de que te empiezas a hacer mayor. Y no me refiero mentalmente, sino físicamente. Mirarse al espejo puede ser uno de ellos, que vayas a cortarte el pelo y que cada vez sean más las canas que caen sobre el suelo, no está nada mal. Ese ligero gruñido que sale inconscientemente de tu interior cuando te incorporas o te sientas en el sofá, es otra prueba evidente. Salir de fiesta y levantarse al día siguiente como si te hubiesen linchado una pandilla de hooligans descerebrados es otra señal inequívoca.

Pero para mí la prueba deifinitiva es cuando un guaje y lo que es más doloroso, una guaja, te tratan de usted. Hace ya tiempo que esto me sucedió por primera vez, pero nunca de una forma tan contundente como el otro día.

Explico la situación:

Camino tranquilamente junto a un colegio, el de El Quirinal para más señas. De repente un balón pasa cerca de mí procedente de dicho colegio, para quedarse encajonado debajo de un coche. Súbitamente, un par de cabezas preadolescentes emergen de detrás de la valla del recinto y una de ellas me dice: ¡Ey señor! ¿puede devolvernos la pelota?

Señor... madre mía, una cosa es que te traten de usted ¡y otra que te llamen Señor! Un señor no va con vaqueros y un anorak North Face. Un señor, va con traje, lleva bombín y luce mostacho, ¿o no?




Para colmo, el primer intento de devolverles la dichosa pelota, fracasó estrepitosamente al verse frenado por una inoportuna rama de un árbol fatalmente instalado entre los mamoncetes y yo.

En fin, que uno se empieza a hacer viejo, cuando las generaciones que vienen detrás te perciben como eso... como un Señor.

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