Años atrás, en Asturias estábamos acostumbrados a las catástrofes de la mina. A todos se nos encogió alguna vez el corazón al ver por televisión los cuerpos de mineros aplastados por derrumbes de carbón sacados de las entrañas de la mina por sus propios compañeros.
Verlo in situ cambia la perspectiva. Cuando llegas a la mina el verde-astur se torna en negro-carbón. Un negro amplificado por un cielo gris y una lluvia cabezona que no da tregua un segundo. Los charcos son negros, el barro es negro. Todo negro.
La entrada a la mina de Coto Cerredo, en Degaña, impresiona. Es como un túnel del Huerna incrustado en una montaña. La diferencia es que no hay salida al otro lado. El vaho que sale de su interior te hace pensar que estás ante las mismísimas puertas del Averno.
Cuando yo llegué, hacía día y medio que el minero estaba sepultado bajo toneladas de carbón. A pocos metros de la boca de la mina, todos de pie, seguían sus compañeros. De allí no se movía ni dios hasta que saliera el cuerpo. Charlas en voz baja y algún pitillo que otro, hacía que las horas de espera no pasaran tan lentas.
Cada seis horas se producía el relevo de las brigadas de rescate. Brigadas formadas por aquellos que hasta unas horas antes habían trabajado codo con codo con el minero caído. Quise examinar los rostros de aquellos mineros que se disponían a entrar en el turno de las 9 de la noche. La brigada anterior sólo había conseguido avanzar un metro en seis horas. No había miedo en sus caras, tampoco tristeza. Simplemente había concentración. Sabían que cualquier error podía provocar otro derrabe de carbón y con ello volver a alejarse de su camarada.
Entro en directo a las 21:35. Más allá de los focos, más allá de la lluvia que me golpea sin piedad, más allá de los 3º de temperatura, veo unas sombras al fondo. Son los mineros que siguen esperando noticias. Pero no hay.
A la una de la mañana ya estoy metido en la cama. No puedo dormir. Necesito saber por qué toda esa gente necesita estar allí y no con sus familias. Al final sólo encuentro una explicación: Están allí, porque es donde deben estar, porque su mente está sumergida, como su compañero, entre toneladas de carbón, escombro y barro. Después caigo en un sueño intranquilo.
A las 8.30 de la mañana vuelvo a estar delante del ordenador. Busco noticias frescas. A las 5.30 de la mañana el cuerpo del minero estaba ya a este lado de las puertas del infierno.
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