De él sólo supe su nombre, las inciales de sus apellidos, su edad, dónde vivía y en qué trabajaba. Después me fui. Seguí con mi trabajo. Con mi vida.
Él no. Él se quedó allí. Metido en una bolsa. Muerto.
No sé cuántas verdades absolutas hay en esta vida. Pero una de ellas es que el mundo nunca para. Ni por nada, ni por nadie.
martes, 5 de mayo de 2009
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