Bonito lugar Menorca. Entretenido a la vista. Al menos si te dedicas a compararlo con Asturias. Dos lugares que poco, por no decir que nada tienen que ver. Bonito digo; y eso que desde el avión no me dio buena espina. Una roca insertada en medio del Mediterráneo y poco más, parecía la ínsula en cuestión. Pero a medida que el avión pierde altura empiezas a darte cuenta de qué va el tema. Poblaciones concentradas en la costa e interior semidespoblado.
Una vez abajo llama la atención lo a rajatabla que están divididas las parcelas del interior de la isla. Muretes de piedra separan de forma disciplinada fincas cuyo uso agrícola, si es que este existe, me fue imposible adivinar.
Además del caballo, que por lo que se ve es el rey de los animales allí, también hay vacas. ONG ya, para que las vacas menorquinas puedan pasar los veranos en las praderías del Cantábrico. Nunca pensé que estos animales pudieran soportar tanto calor.
El territorio de Menorca es eminentemente plano. El Monte Toro, con la mitad de altura que el Pico Gorfolí, es la cota de referencia. Aunque también es cierto que hacia el norte hay zonas donde la llanura da paso a una orografía más escarpada y el bosque mediterráneo se impone a los llanos.
En cuanto a su litoral, llama la atención sus acantilados. O mejor dicho, miniacantilados si los comparamos con los de aquí. Eso no quita que sean lugares hermosos llenos de grutas y pequeños cabos que de improviso dan paso a las famosas calas.
Las calas. No es que sea yo muy fan de las playas. Pero son guapas. Muy guapas. Sobre todo las que no llevan insertadas de regalo un hotel para turistas. Si escribo sobre sus aguas turquesas, arenas blancas, etcétera, etcétera, no descubro nada; así que me limitaré a decir que para uno del cantábrico, las playas de Menorca sirven para dos cosas: mitigar el calor severo dándose un chapuzón en el agua y ponerse moreno y así presumir a la vuelta. Personalmente, destacaría que en ninguna de las que estuve estaban masificadas, algo que agradecí profundamente.
Menorca es un lugar más pequeño que el concejo de Cangas del Narcea. Curiosamente tiene más fortificaciones defensivas que toda Asturias y no sólo en sus ciudades más importantes, sino por toda la isla. Así es la cultura mediterránea. Lo mismo fueron capaces de sentar los cimientos de la civilización occidental, que de convertir el saqueo y la rapiña en un arte. Los del norte somos iguales pero sin lo de la civilización occidental y tal.
Los guiris. Qué gente más maja. Podría haberme pasado la semana entera mirando para ellos y luego escribir un libro. Desde una niña de pelo pelirrojo y piel rosada deambulando por el hotel vestida de faralaes, hasta un señor pertrechado con un detector de metales metido en el agua de la playa rodeado de bañistas. Gente sin complejos. Por cierto, menorquines no soy consciente de haber visto.
Los españoles somos la gente con peores modales y educación a la hora de sentarse a la mesa. Italianos, alemanes e ingleses eran mayoría a la hora de llenar el comedor del hotel. Pese a contarnos por cientos, uno podía sentarse a la mesa y tener una conversación agradable sin que en las mesas de al lado pareciera que estuviera de comilona el ejército de Pancho Villa. Un ejemplo a seguir.
Pero lo mejor de Menorca es su maravillosa luz. Tuve que estar allí para entender que en Asturias por muy claro que sea el día vivimos en penumbra. Ni playas, ni sol, ni cualquier otra cosa; de allí me llevaría su luz. Yo insistía que por momentos, el cielo era más blanco que azul, pero como nadie me hacía caso supongo que eran alucinaciones.
Por lo demás, fueron siete días en un lugar extraño y nuevo para mí, donde hice lo que me dio la gana, donde pude estar lejos de mi rutina, y donde fui a los lugares que quise y cuando quise.
Además me leí un libro.
jueves, 30 de julio de 2009
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