Es como un hechizo. Una fuerza invisible que los atrapa y los atrae de forma irremisible hacia la cámara. La necesidad incontrolable de hacer el ridículo. La más mínima posibilidad de hacer el imbécil y que alguien, en alguna parte, pueda ver su estupidez reflejada en la pantalla de un televisor, los embriaga. Es más, los entusiasma.
Los que salimos por la tele somos carne de zapping. Programas malditos que me acechan en mis pesadillas. Sabía que me podría tocar algún día. ¿Pasaré a formar parte de ese Club?, ¿será por el momento en el que un borracho se acercó por detrás y me colocó un gorro?, ¿quizás cuando otro beodo se colocó a mi lado a escanciar sidra y me ofreció un culín mientras yo hablaba?
No conozco otra profesión en la que la gente, sin ton ni son, se arrogue el derecho a molestar, a interrumpir y a hacer el idiota mientras realizas tu labor. Bueno sí, la de árbitro de fútbol.
sábado, 22 de agosto de 2009
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