viernes, 28 de agosto de 2009

Yo para ser feliz quiero una 'Fundación'.

Si hay algo que abunda en Asturias eso son los jubilados, los (pre)jubilados y las fundaciones. Obviamente la Fundación Príncipe de Asturias es la madre de todas ellas. Pero a su sombra crecen una cantidad ingente de ‘hijas’ no tan conocidas pero la mayoría de las cuales tienen un objetivo común: que los jubilados asturianos de alto copete coman de gañote y se repartan premios.

Una fundación se rige por tener un carácter sin ánimo de lucro. O al menos así es como lo marca la ley. Pero pongamos el ejemplo de una, no diré cuál, que lleva el nombre de una figura conocida de sobra en Asturias. Digamos solamente que es bastante nueva y que por supuesto, organiza sus propios premios. Los ganadores de este año, tres personajes de sobra conocidos en la tierrina.

Impresionante la llegada de los galardonados. Ninguno de ellos sabía a cuento de qué recibían el reconocimiento, ni siquiera habían oído hablar de tales premios. Mucho menos de la fundación. Sólo decir que al impulsor de la misma lo conocieron según bajaban del coche.

Y llegó el momento de la ceremonia. Y con ella el speech del susodicho impulsor de la fundación. Baste decir que por nombre, tiene el apellido de un famoso dictador gordo, bajito y con bigote. Por cierto, los premios se entregaban en una de sus antiguas residencias (del gordo bajito bigotitos, quiero decir).

Nuestro amigo, tras unos minutos glosando la figura de la persona que inspira los premios, obliga a la audiencia a escuchar sus opiniones políticas, a la altura por supuesto, del nombre con el que fue bautizado.

Los minutos se hacen interminables. Uno de los premiados, o mejor dicho, convidados de piedra, incluso se echa una cabezadita. Finalmente, llega el gran momento. ¿La entrega de los premios? No. El momento en que nuestro amigo, tras resaltar que no hace esto por dinero, nos explica de forma extensa y detenida, las tres ramas en las que se divide su empresa, sus planes de futuro y su compromiso con Asturias.

Después de un discurso agónico, una vieja estrella de la televisión nos despierta del letargo, entrega apresuradamente los premios, canción de un coro y todos a hacer ejercicio de mandíbula. Hermosa procesión de mujeres, muy puestas ellas y de hombres muy tripones por lo general. Es la hora del gañote y de los negocios.

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