Capítulo I: El Clan.
Da la espalda al “Parche”. A la izquierda, el “Marta y María”. A la derecha, el “Mi Güelu”. Comienza a caminar y a los pocos pasos podrás sentir el ‘run-run’. No necesitarás avanzar demasiado para que éste se convierta en un murmullo y el murmullo en bullicio. Cuando hayas llegado al “Bar Rivero” te darás cuenta de que tus ojos confirman lo que tus oídos sospechaban. Es sábado, se ha hecho la noche y en Rivero ha vuelto a subir la marea. Bienvenidos al Mar de la Despreocupación. Océano de cabezas que inundan la calle desde El “Cáctus Bar” al “Blas”.
Ahí estamos nosotros. Hijos del ‘Baby Boom’. Vástagos de la Democracia. La consecuencia lógica del ‘Estado del Bienestar’. Nacidos para ser más altos, más guapos, más listos, más preparados y más ricos que nuestros progenitores. Con sólo un deber: estudiar. A cambio, dos grandes dones. El primero: dinero ganado sin el sudor de nuestra frente. Quizás no mucho, pero sí el suficiente para invertirlo en el segundo de los dones concedidos: tiempo libre. Más tiempo libre del que ninguna generación hubiera tenido antes en este país.
Fuimos todo eso y algo más. Pero en aquel momento no lo sabíamos.
Sólo hace falta una pizca de memoria y unas gotas de nostalgia. Un paseo por la Calle Rivero te permitirá evocar todo lo que un día vivimos. Volverás a ver a la gente entrando y saliendo sin cesar de los atestados bares. La música incesante escapándose más allá de sus puertas. Oirás las risas, las conversaciones en un tono cada vez más alto para hacerse escuchar entre la maraña de charlas que se producían al unísono. Volverás a sentir el sonido inconfundible de los restos del ‘cachi’ aplastados por tu zapato, volverás a oír el rodar de esa botella de cerveza vacía, abandonada a su suerte en el suelo por su antiguo propietario y con la que alguien ha tropezado haciéndola correr calle abajo. Notarás el suelo pegajoso por el alcohol derramado. Verás de nuevo a aquella chica tan guapa a la que nunca te atreviste a decir nada aunque no la dejabas de mirar o a aquel chico tan majo del que nunca entendiste porqué nunca te dijo nada cuando no paraba de mirarte.
Bendito caos en el Mar de la Despreocupación.
Pero hasta en el Caos hay orden. Y en las noches de Rivero ese orden estaba presente. Si alguien hubiera hecho alguna vez una foto cenital de aquella marea humana, nos hubiésemos dado cuenta de que esta masa aparentemente informe, se organizaba en una forma geométrica concreta: el círculo. Corrillos de amigos en los que se fraguaron lo que yo llamo los clanes.
Y es de mi clan de lo que me apetece escribir estos días.
Mi clan no era el mejor ni el peor de los clanes. No éramos los más guapos, ni los más enrollados. Desde luego no éramos los más populares. Tampoco los más divertidos. Pero era nuestro clan. Una sociedad tribal que se ha ido fraguando con el paso de los años gracias a una argamasa formada por el amor, la amistad, la complicidad, las riñas, los enfados, los reproches, las lágrimas compartidas y algunas otras cosas más. Si un ‘Oscar’ está hecho del material con el que se fabrican los sueños, las amistades inquebrantables se construyen con todo esos materiales.
Mi clan de amigos no es perfecto. Hay vida más allá del clan. Dos los abandonaron y siguen con su vida. Sin embargo, siempre me he preguntado si alguna vez todavía se acuerdan de que además de tener sus novias, esposas, hijos, trabajos y casas, una vez formaron parte de este clan.
Una vez mi clan tuvo un nombre. La Cofradía del Quinito. Y como toda cofradía necesitaba un templo donde adorar a sus deidades, realizar sus ritos y salir en procesión. Ese lugar se llamaba El Moclín.
Y de él también quiero escribir.
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3 comentarios:
De gallina tengo la piel ... que bueno compañero ...
Tengo ganas de más capítulos.
¡Que culos tan tersos! Como pasa el tiempo.
Yo lo que veo es un exceso de pasión a la hora de ejecutar la boya. Inquietante...
Seguiré escribiendo según me vayan surgiendo más ideas. Me alegro que te haya gustado.
Que sepas que estoy a puntito de llorar, ay qué bonitos recuerdos del Moclín...
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