Tarde veraniega típicamente asturiana, o sea nubes y lluvia. Desde lo alto del acantilado se puede ver el cachalote pudriéndose en la playa. Bajamos por el empinado camino hacia el mar y un hombre de unos sesenta años nos para. “Oye, a ver si dais bien les noticies, esto no ye Llumeres como dijisteis ayer, ye la Ensenada de La Cueva”. Después de explicarle que ayer no habíamos cubierto nosotros la noticia del cachalote, seguimos nuestro camino. No tardaríamos en volver a encontrarnos con aquel hombre que después supimos que respondía al nombre de Elías.
Llegamos a la playa. Todo son piedras. “¿Sois de la Agencia EFE?”, pregunta uno. Ni caso. “Se cayó un poste eléctrico y ando esperando que me llaméis pa denuncialo”, dice otra señora. Le explicamos que nosotros ni pinchamos ni cortamos en ese tema. “¿A qué hora echáis esto?” A las ocho y media aclaramos a otro paisano. Finalmente nos acercamos al cachalote. Hiede. Frente al bicho más lugareños. Después de varios minutos escuchando los tonos y politonos de la muchachada, aparece de nuevo el sujeto que interrumpió nuestra bajada.
Pero esta vez no viene solo. En sus manos dos rulos con cuerdas. “¿A dónde irá Elías?”, se preguntan por allí. Elías ha decidido que la cuerda que asegura el cetáceo no es suficientemente fuerte, así que no se lo piensa dos veces y avanza hacia el acantilado. Se descalza y sube los pantalones hasta las rodillas. Estrategia inútil esta última ya que a los dos pasos el agua le cubre por el pecho. Elías ata una cuerda a la cola del cachalote, después se encarama descalzo al acantilado que bordea la playa. Cuando considera que ya ha llegado a la altura necesaria empieza a tirar para que el desdichado animal esté bien colocado cuando lleguen a buscarlo.
Elías: 1,70, 80 Kg. aproximadamente. Cachalote: 11 m. de largo, 12 toneladas. No importa, Elías tira y tira. Pasan los minutos y Elías ha decidido que el cachalote se ha colocado como él quiere. Ahora es momento de dejar el cabo atado, pero hay un problema, no hay donde asegurar la cuerda. “¿Quies bajar de ahí Elías?, ¡va matate Lita!”, le gritan sus vecinos.
Han pasado tres cuartos de hora. De reloj. Y Elías sigue descalzo, subido a las rocas y buscando donde atar la cuerda. Un rato después se produce un inesperado giro de los acontecimientos. En lontananza aparece el barco de la Guardia Civil que remolcará al cachalote. A casi un kilómetro de la costa, Elías ya les hace señales para que sepan donde es mejor colocarse. No tiene pinta que los tipos de verde le hagan mucho caso pero él sigue atento toda la maniobra. En tierra un vecino con aires de Pasolini nos indica cómo debemos grabar el asunto, otro nos dice que somos la mejor tele del mundo. "Gracias".
No pasan muchos minutos hasta que el cachalote emprende su rumbo lejos de la costa gozoniega. Uno del Cepesma se acerca a ayudar a Elías, que entre unas cosas y otras lleva subido al acantilado tres cuartos de hora. Misión cumplida para Elías, misión cumplida para nosotros.
Lo único que lamento es no poder contar el final de la historia. Me encantaría saber qué le dijo Lita a Elías cuando apareció por casa mojado hasta las cejas.
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