Apuesto a que Dionisio era un buen hombre. No sabemos muy bien dónde nació. Unos dicen que en lo que hoy sería Rumania. Otros aseguran que era sirio. En realidad no importa. Lo único cierto es que su vida era tranquila, dedicada por entero a su labor de abad del Monasterio de los Escitas en Roma. Además de gestionar el sagrado recinto, Dionisio era un experto en traducciones del griego al latín, Derecho Canónico, Astronomía y además destacaba por su sapiencia en el campo de las matemáticas.
Ese currículo no era muy habitual en una Europa en la que, con la crisis y posterior caída del Imperio Romano de Occidente, la cultura había entrado en franco retroceso y se había recluido tras los muros de los recintos religiosos.
La vida de Dionisio, llamado ‘el Exiguo’ por su baja estatura, podría haber continuado de forma rutinaria entre las cuatro paredes de su monasterio hasta su muerte sino fuera porque un día, el moribundo Papa Hormisdas reclamó su presencia.
El Santo Padre había pasado la mayor parte de su pontificado combatiendo los habituales cismas que a diestro y siniestro se iban produciendo en la cristiandad. Pero no quería presentarse ante el Altísimo, sin haber arreglado antes otro pequeño problema que seguía arrastrando el mundo cristiano.
El problema no era otro que más de 500 años después del nacimiento de la verdadera religión, el mundo conocido seguía contando los años al estilo pagano, es decir, “ab urbe condita”, o lo que es lo mismo, “desde la fundación de la Ciudad”. La Ciudad en cuestión es Roma, por supuesto.
Y fue así como el pequeño monje recibió el encargo de crear el Anno Domini, o sea, la Era Cristiana. El punto de partida era sencillo. La Era Cristiana comenzaría el año en el nació Cristo. El problema era saber en qué fecha se había producido el magno acontecimiento. Dionisio recurrió a la Biblia. En Mateo 2.1 se nos cuenta que Jesús nació siendo rey de Judea Herodes “el Grande”. Ahí estaba la primera pista. Ahora sólo quedaba saber en que año había muerto Herodes, puesto que ese sería también el año límite para el nacimiento del Redentor. Y ahí empieza el drama. Todos cometemos errores. El de Dionisio fue el de datar la muerte de Herodes cuatro años antes de que esta se produjera en realidad. A partir de ahí todo salió mal. Mal el cálculo del año en el que Herodes ordenó la matanza de los niños menores de dos años, mal el año en el que ordenó realizar el censo por el que María y José se trasladaron a Belén. Mal todo.
Ignorante de sus errores, Dionisio dio al mundo una nueva forma de datación. Jesús había nacido en el año 753 ab urbe condita. Ese sería el año I de la era Cristiana. Seguramente el monje no fue consciente de los problemas que iba a provocar su datación en los siglos posteriores.
Si el 753 a.u.c. es el año 1 después de Cristo, el 752 a.u.c. sería el año 1 antes de Cristo.
-1 a.C. / 1 d. C. Algo falta por el medio. El 0. ¿Dónde está el año Cero? A Dionisio que le registren. En la época en la que él vivió, Europa no conocía ni el 0 ni mucho menos los números negativos.
Digamos que, un siglo sí y otro también, los historiadores han mirado hacia otro lado en cuanto a esta delicada cuestión se refiere. En el mundo hay mucho fanático de la aritmética, puede que hasta alguno lea esto, pero a ver quién es el valiente que se atreve a cambiar todas las fechas de la historia por un problema de esta naturaleza, por muy elemental que sea la solución...
En fin, quede constancia de mi homenaje a Dionisio ‘el Exiguo’. El hombre que no supo contar, demostrando que es en la imperfección donde se encuentra la esencia de la vida. En su descarga sólo señalar que a día de hoy no hay un acuerdo respecto al año en el nació Jesús de Nazareth. El año cuatro, el cinco, el seis, el siete… Sólo hay una cosa cierta. Cristo nació algún año después de Cristo.
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