sábado, 27 de diciembre de 2008

Lúculo, el primer Gourmet de la historia.

En estos días en los que celebramos el nacimiento del Niño Jesús comiendo hasta la náusea, se me ocurre que mi homenaje histórico de esta semana sea para Lucio Licinio Lúculo.

Lo primero que se debe admirar de Lúculo es que fue un hombre que supo jubilarse a tiempo. Y eso, hablando de un patricio romano del siglo I a.c. tiene mérito. Él, como muchos otros de su generación, conspiró para hacerse con el poder absoluto en un momento en el que la República agonizaba. Notable militar, Lúculo fue uno de los máximos responsables del triunfo de Roma sobre el rey Mitríditates. Sin embargo, fue Pompeyo el que se llevó los honores de la victoria. Descorazonado y hastiado de la vida pública, fue así como uno de los hombres más influyentes del estado más poderoso del mundo conocido, se retiró. Pocas veces en la historia se habrá visto una caso parecido. Tampoco un acierto tan grande. Mientras sus rivales, Pompeyo, Craso o Julio César pagaron su ambición con una muerte violenta, él murió en su cama. Eso sí, intoxicado por un líquido que presuntamente iba a resucitar su líbido. Por el medio queda una vida de lujo y sobre todo una devoción sin límites hacia la comida. La buena comida.



Y es que pese a no llevarse las mieles del triunfo, Lucio Licinio Lúculo, sí que se trajo de oriente una considerable cantidad de riquezas. Al noble Lucio no se le ocurrió mejor idea para contrarrestar el desengaño de sus andanzas políticas que gastarse su fortuna en vivir bien y no privarse de nada en lo que le restaba de vida. Lo primero que hizo fue buscar casa. O más bien casas. En Roma construyó el palacio más grande que jamás se había visto hasta la fecha y que no sería superado hasta que Nerón construyera el suyo un siglo después. El precio que pagó por una Villa en Miseno escandalizó a la alta sociedad, mientras que la que levantó en Túscolo superaba las 20.000 hectáreas e incluía una piscifactoría.



Fue en aquellos lugares donde Lúculo vivió el resto de su vida lejos de los conflictos civiles que asolaban la República y dedicado a sus principales aficiones: el arte, la filosofía y la comida. Las cocinas de las casas de Lúculo fueron los primeros laboratorios gastronómicos de la historia. A ellas llegaban los productos más exóticos procedentes de todos los rincones del mundo y de todas ellas salieron los platos más extravagantes que se pudieran haber imaginado. Tal es así, que los sectores más conservadores de la sociedad romana nunca cejaron en su empeño de denunciar la inmoralidad de sus banquetes. Y no por la lujuria que en ellos podría haberse dado, sino por la comida allí servida, la cual se alejaba de la frugalidad en la dieta que todo romano decente debía seguir.

Lúculo fue el primer romano en poner pavo real para comer. Nunca faltaban las perdices, los ánades, los pajaritos de nido con espárragos, el pastel de ostra, las liebres, las morenas, los esturiones, innumerables tipos de quesos, dulces y licores… así como otras ‘delicattessen’ como las tetas de lechona o las vulvas de cerda. Además, fue Lúculo el que introdujo en Roma las cerezas y el melocotón, frutas que había conocido en oriente.

Ni que decir tiene que llegó un momento en el que en Roma no eras nadie sino habías estado en un banquete celebrado por Lúculo. En una ocasión éste se encontró con Cicerón, otro de los que no supo retirarse a tiempo y acabó con su cabeza ensartada en una lanza, y algunos amigos más. El famoso abogado le dijo que su fama de espléndido anfitrión era una pose y que si fueran a su casa en ese momento sin avisar a sus esclavos, se encontrarían en la mesa una cena tan normal como la de cualquier otro romano. Lúculo aceptó el reto. Sólo exigió que le permitieran mandar un emisario a su palacio para que avisara al servicio de que esta noche la cena se serviría en la Sala de Apolo. Sus cocineros no necesitaban más información. Cuando llegaron al hogar de Lúculo, sobre la mesa había 200.000 sestercios (una fortuna) en comida. Y cada plato más extravagante y rebuscado que el otro.

Pero su amor hacia la buena comida no se ceñía exclusivamente a los actos sociales. Un día, estando solo en casa, se quedó horrorizado cuando a la hora de comer vio la escasez y la vulgaridad de las viandas que sus cocineros le habían preparado. Éstos habían supuesto que al no tener compañía, el noble romano se conformaría con una comida simple y en cantidad suficiente como para saciar a una sola persona. A esto Lúculo respondió: ¿Es que no sabes que hoy Lúculo cena con Lúculo? Inmediatamente después, los cocineros se dispusieron a preparar un esplendoroso banquete para disfrute único del patricio.



Y así vivió y murió Lúculo. Un hombre culto, que supo disfrutar de los placeres de la vida y lo suficientemente sagaz como para saber que una retirada a tiempo es una victoria, sobre todo si tienes los recursos para vivir bien y la fuerza de voluntad como para despegarte de la erótica del poder.

1 comentario:

Leo dijo...

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