Capítulo 2: Morfología del Templo (primera parte).
El Moclín y la Cofradía del Quinito son dos conceptos que van tan insondablemente unidos como que el Rey es campechano, el marco incomparable o que 1 euro son 166.66 de la antiguas pesetas.
Calcular los días, las horas, el dinero y la diversión derrochada en El Moclín por parte de la Cofradía es una utopía.
Bien es cierto que el Moclín de hoy no es el Moclín de aquellos días. Ojo, no digo ni mejor peor. Aunque sí es verdad que en esencia la disposición es la misma:
ACCESO. Se accede a través de unas escaleras descendentes, si bien el techo que protegía la entrada se ha reducido a la mínima expresión. Antes había un banco donde la gente podía quedarse sentada. Los arcos que recogían el peso del segundo piso del edificio creaban un espacio porticado que no era/es un mal sitio para estar cuando el tiempo acompañaba.
SALA DE ACCESO O PRIMER CUBÍCULO. Se divide en dos partes. El lado derecho es en cuesta, con bancos pegados a la pared que obviamente siguen la pendiente hasta desembocar al segundo cubículo. La segunda parte de esta primera estancia, la izquierda según se entra, mantiene la horizontal. Una arquitectura extraña la de El Moclín. Allí se encuentran las primeras mesas, si se puede llamar mesas a esos artefactos de metal. Para mí sigue siendo un misterio la función original de dichos objetos. Aunque la Gestapo seguro que utilizaba algo parecido para sus torturas. Para complicar aún más las cosas, esta parte izquierda se completa con una serie de escalones, que quizás algún día conectaron algo con algo, pero que hoy no tienen más función que sentarse en ellos. Desde estos escalones de piedra se puede contemplar el cubículo siguiente ya que no hay pared que los separe.
Es la parte menos divertida de El Moclín. Sólo es utilizada en caso de no encontrar sitio en el Sancta Santorum de la Cofradía.
SALA DE LAS LIBACIONES O LA BARRA. Lugar donde los sacerdotes del Templo se dedican al noble arte de proporcionar a sus fieles las libaciones y la música ritual imprescindible para rendir culto a sus deidades. Se accede a través de una puerta adintelada, de no demasiada altura, que da paso a una serie de escalones que salvan así la diferente altura que existe entre el primer y el segundo espacio. A la izquierda la barra, a la derecha una especie de mueble en el que aparecen una serie de objetos absolutamente fuera de contexto. El más significativo una máquina de escribir. Definitivamente es un lugar extraño… Imprescindible admirar la colección de vacenillas que decoran la barra.
Tampoco es que seamos grandes admiradores de este espacio, salvo por supuesto para ir a nutrirnos de la bebida. El Moclín es para estar sentado. Y punto.
El IMPLUVIUM. Entiéndase como tal, el espacio que hay entre la Barra y el Sancta Santorum. Un espacio rectangular, descubierto, en el que cuando llueve puedes empaparte en tu deambular entre la Barra y el Sancta Santorum. Está separado de la Barra por una puerta de madera con cristales y una manilla difícil de usar cuando tus manos van repletas con una jarra de Bacardí Cola y seis vasos pequeños. A la derecha, un banco para las noches de verano y un poco más allá, unas escaleras que ascendían a lo que una vez fue un hogar. Lo sé porque una vez subí hasta allí y lo vi. El resto de la Cofradía no lo conoce pero juro que lo vi. Al final del Impluvium encontramos los últimos tres espacios.
LOS MESIADEROS. A izquierda y derecha del Impluvium aparecen los baños de chicos y chicas respectivamente. Creo que después de los váteres de mis diferentes casas, este es el lugar donde más veces he mingitado. Popó imposible. La puerta del baño masculino son sólo un armazón de madera con grandes espacios abiertos y sin cristales. No hay nada que se te haga más eterno que estar meándote y ver al que ocupa el mesiadero hacer lo propio. Del de chicas no sé nada. Nunca he hollado ese espacio.
Pero todos estos espacios palidecen ante la magnificencia y el esplendor, de la sala de atrás. El Sancta Santorum de la Cofradía de El Quinito. Pero esa es otra historia.
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