Sigo sin encontrar una sensación parecida. El momento infinitesinal de tiempo que transcurre desde que te dicen "hablando", hasta que empiezas a hablar es la eternidad.
Toda la información que tienes en el cerebro desaparece, el corazón se acelera, la temperatura corporal asciende, un ramalazo de pánico te sube vertiginosamente por la espina dorsal. Una inyección de adrenalina en vena, que dura lo que dura un parpadeo. Después es el momento de hablar.
Cinco años después he vuelto a hacer un directo. La particularidad es que nunca antes había habido tanta gente mirando para mí. Aunque fuese a través de una pantalla.
martes, 21 de abril de 2009
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