Qué el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional haya ganado las elecciones en El Salvador es cuando menos extraordinario. No sé si será para mejor, ojalá lo sea, pero extraordinario al fin y al cabo. El Salvador es uno de esos países que demuestran que la Guerra Fría no tuvo nada de fría. Alrededor de 75.000 personas murieron o desparecieron entre 1980 y 1992 en los enfrentamientos entre el ejército (con el inestimable apoyo de la CIA) y la guerrilla de izquierdas. Por el camino se quedaron iconos de la lucha por los más desfavorecidos como el Arzobispo Romero o en un plano más español, los jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Armado López y Juan Ramón Moreno. Su pecado, criticar a la oligarquía salvadoreña e importunar los intereses de los EEUU en este país.
No sé exactamente porqué está pasando lo que está pasando en Latinoamérica. No sé si los EEUU están tan ocupados en sus intereses en otras partes del mundo, que se les ha escapado el control en su ‘patio trasero’; o si realmente están respetando la voluntad de los pueblos latinoamericanos. Quizás haya algo de los dos. Lo único cierto es que el mapa político en la zona es insólito.
Entendiendo por gobierno de izquierdas, aquellos que se definen como revolucionarios, de centro-izquierda los que defienden una postura más cercana a la socialdemocracia de corte europeo; y de centro-derecha los que abogan por una política que aquí llamaríamos conservadora o liberal, los gobiernos latinoamericanos quedarían más o menos así:
Argentina: centro-izquierda.
Bolivia: izquierda.
Brasil: centro-izquierda.
Chile: centro-izquierda.
Colombia: centro-derecha.
Costa Rica: centro-izquierda.
Cuba: izquierda.
República Dominicana: centro-derecha.
Ecuador: izquierda.
El Salvador: centro-izquierda.
Guatemala: centro-izquierda.
Honduras: centro-derecha.
México: centro-derecha.
Nicaragua: izquierda.
Panamá: centro-izquierda.
Paraguay: centro-izquierda.
Perú: centro-izquierda.
Uruguay: centro-izquierda.
Venezuela: izquierda.
Lógicamente esto es una generalización. Es la política en sí misma la que luego retrata las actuaciones de cada gobierno. Sin embargo, no deja de ser un indicativo del cambio que se está produciendo en Latinoamérica. El tiempo nos dirá sus consecuencias.
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