martes, 6 de enero de 2009

¡Mañana de Reyes!


La mañana de Reyes. Qué recuerdos. No creo que exista un día más feliz en la vida de una persona que cuando eres pequeño y llega esta mañana. Desconozco el gozo que puedes llegar a sentir cuando tienes un hijo, pero tengo la teoría de que la felicidad en estado puro sólo se alcanza cuando eres niño.

Un niño, y quiero decir un niño 'primermundista', es un ser libre de impurezas. No sabe qué es la desconfianza, no conoce el concepto de la muerte y por ende no percibe el paso del tiempo, no sospecha que la vida terminará exigiéndole que cumpla una serie de metas y que cubra una serie de necesidades, la mayoría de las cuales artificiales, que le generarán una frustración continua. En definitiva, no sabe lo que es el mal. Ni el que puede recibir, ni el que puede infringir.

Sólo si tienes una fe ciega en los demás, si no eres consciente de que por mucho que hagas en la vida tu destino es único e inevitable, si crees que el camino de la vida es un cuento de hadas, si no sospechas de que existe la maldad, sólo así, llegan los Reyes Magos a tu casa. Los Reyes de verdad, me refiero. Sólo cuando ignoras todas esas verdades, puedes ser realmente feliz. Cuando se te arrebata el don de la inocencia puedes seguir sintiendo algunos momentos de felicidad, pero es una felicidad diferente. Una felicidad con transfondo. Una que siempre queda ensombrecida por la realidad de la vida.

Pero a pesar de esta triste verdad, he de reconocer que esta mañana, al despertar, cuando aún estába en el umbral entre el mundo de los sueños y el real, noté algo parecido a lo que sentía de niño. Esa mezcla de ansiedad y felicidad al saber que los Reyes Magos habían entrado a hurtadillas en mi casa para traerme los regalos. Luego me desperté.

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