viernes, 30 de enero de 2009

Vergüenza de ser asturiano.

Últimamente he estado tentado de despotricar contra el edificio de última generación que quieren plantificar frente a las murallas de Ávila o ese polígono industrial que van a levantar junto a las ruinas de Numancia. Pero qué hipócrita sería sino hablase antes de lo más cercano.

San Miguel de Lillo, iglesia prerrománica asturiana edificada a mediados del siglo IX, se está pudriendo. Literalmente. Las humedades se comen las pinturas y cada día que pasa es otro día menos para que el edificio se venga abajo. No sería la primera vez. Nuestros ancestros no eligieron el sitio más adecuado para su edificación. Debajo suya pasa un riachuelo que provoca que el terreno sea poco estable. Desde el siglo XIII, sólo la zona de la entrada pertenece al edificio original. El resto se derrumbó.



Una vez cada cierto tiempo, en Asturias, los aires que soplan son de resistencia, rebelión y de lucha por la libertad. No sé el porqué pero es así. Entiendo que después de 40 años de identificación de Franco con Pelayo; y de la Reconquista con la Guerra Civil, el tema puede chirriar. Pero yo me niego a ello. Hace casi 1300 años, un grupo de hombres y mujeres decidieron crear su propio reino, aunque tuviesen enfrente a una civilización que en menos de 100 años se había extendido desde Irán hasta la Península Ibérica. Algo de lo que sentirse orgulloso. Y sucedió aquí, en Asturias, no en ningún otro lugar. Aquí.

Sus edificios, son su legado. Nuestra herencia. También tendrían que ser nuestra inspiración. Deberíamos sentarnos frente a ellos, contemplar su belleza y reflexionar sobre quiénes somos y adónde queremos ir. Pero no. Los ignoramos, los maltratamos, los abandonamos... Más antigua aún que San Miguel de Lillo es la iglesia de San Julián de los Prados o Santullano. ¿Se merece de verdad esa iglesia que le hayan colocado una autopista al lado?



Si a San Miguel de los Prados o a Santullano, o a cualquier otro edificio de nuestro patrimonio se le cae una sola piedra, entonces sabré seguro que formo parte y, además con honores, de la peor generación de asturianos que haya jamás hollado esta bendita tierra.

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