jueves, 8 de enero de 2009
Rusia quiere su parte.
Rusia corta el suministro de gas a Europa. Las ilusiones de convertir al 'Gran Oso Ruso' en un sumiso segundón en el panorama internacional tras la caída del Muro, se rompen en pedazos. Un país que limita al este con América, al sur con Asia Central, el oeste con Europa Central y al norte con el Círculo Polar Ártico, es un país imperialista por definición. Lo fue cuando no era más que un pequeño principado rodeado de otros pequeños principados, lo fue cuando los Zares (Césares en ruso) se comieron un tercio de Eurasia, lo fue cuando la URSS influyó directa o indirectamente sobre medio planeta y lo es ahora que está dirigida por un hombre que simboliza la fusión de todas estas tradiciones de dominación. Vladimir Putin, un ex KGB que ensalza y quiere recrear el esplendor zarista.
De las cenizas de la Unión Soviética, igual que de las de la China Maoísta, surge un nuevo modelo, una alternativa de poder justo ahora que vivimos un proceso de redistribución de las fuerzas políticas y económicas a nivel global. El patrón en ambos casos es el mismo. Un Poder Ejecutivo que controla con mano de hierro al Legislativo y al Judicial aplastando así cualquier tipo de disidencia; unas sociedades acostumbradas a ser dirigidas por un poder absoluto y finalmente, la guinda del pastel, el toque maestro: un modelo que se sumerge con alegría y sin escrúpulos en el proceloso mar del libre mercado.
Winston Churchill dijo una vez: ‘El defecto inherente del Capitalismo es el reparto desigual del beneficio. El beneficio inherente del Comunismo es el reparto equitativo de la miseria’. Unas décadas más tarde las clases dirigentes rusas se han dado cuenta de que Churchill tenía razón, que es mucho más beneficioso para sus intereses una dictadura ‘modelo capitalista’ que una ‘modelo socialismo real’.
Rusia también quiere su parte del pastel. Un trozo grande. Y si hay que devastar Chechenia, se devasta. Si hay que invadir Georgia, se invade. Si hay que apoyar a Irán, se le apoya. Si hay que justificar la dictadura en Bielorrusia, se justifica. Si hay que volver a atracar los barcos de guerra en La Habana, se atracan. Si hay que dejar a media Europa sin gas, se le deja. Sólo hay que coger un mapa y ver qué países son los afectados por este corte. La mayoría son estados de la antigua URSS o satélites del régimen soviético. Todos ellos abandonaron el comunismo al mismo tiempo que Rusia, pero, ¿dónde estaba escrito que por cambiar de modelo socioeconómico tenían derecho a liberarse de su amo? Abandonar a la Madre Rusia por la UE y la OTAN va a tener un precio que estos países sólo han empezado a pagar. Y no va a ser barato. Tampoco para Occidente.
De hecho el enfrentamiento final ya tiene fecha: el 28 de mayo de 2017. Ese día expira el usufructo del puerto de Sebastopol (Ucrania) por parte de la armada rusa. Veremos qué pasa cuando los rusos se nieguen a abandonar su salida más rápida hacia el Mediterráneo enclavada en una región como Crimea, que pertenece a Ucrania pero es de mayoría étnica rusa. Se admiten apuestas.
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